Los enterramientos antropomorfos son un tipo de sepultura
recurrente en los siglos medievales, aunque pueden extenderse por el periodo visigodo hasta llegar a la
dominación romana y, por otra parte, hasta bien entrada la época moderna
(S.XVIII), es decir un marco cronológico relativamente amplio.
No ha de extrañarnos la ubicación de estos enterramientos,
llamados “de reconquista”, en esta localidad de Murillo de Gállego. Y ello
fundamentalmente por el estratégico emplazamiento en el que se encuentra, lugar
de transición entre la montaña y la plana de Huesca por donde rompe el curso
del río Gállego el muro de roca.
Así lo refiere con exactitud la etimología del sitio,
“Murillo” que haría referencia a la línea defensiva que se levantaba a no muy
escasa distancia de la elevación posterior, presidida por los mallos de Riglos
y de Agüero. Efectivamente, aquel emplazamiento fue elegido temporalmente por
los monarcas navarros y aragoneses para asentar y asegurar la defensa del
incipiente mundo político cristiano que sobrevivía a duras penas en las
montañas:
“por los años de 1023 ya era posesión de aquellos valientes
príncipes, y fortaleza, con que se
defendían las montañas de los Moros de la tierra llana, estando bien
fortificada esta villa y la de Agüero con otros pueblos Christianos a quienes
servía de Antemural Murillo, como explica su mismo nombre”
Allí se asentó un castillo y una iglesia castrense, de esta
última de la que no quedaría apenas
algún rastro emergió un nuevo templo (S.XV) sobre la plataforma de arenisca. En
esa misma plataforma y con un mismos sentido O-E afloran varios ejemplos de
tumbas antropomorfas, que se derraman en el escaso espacio que permite el
afloramiento, lo que hace probable que algunas de ellas permanezcan todavía
bajo el edificio de la ermita.
Las tumbas, algunas de ellas que tienden hacia un estilo trapezoidal, con varios adultos de unas
alturas medias en torno al 1,60, aparecen junto a varios enterramientos infantiles,
algo bastante lógico, pues aquellos les ofrecían amparo y consuelo en el
tránsito hacia el Más Allá. Esto es un ejemplo que se recurrentemente en otros
muchos conjuntos de antropomorfos.
Por lo que vemos se trataría entonces de tumbas de
reconquista, que sirven de marcadores del proceso colonizador en el avance
cristiano con sus miras puestas en el valle del Ebro. Su aparición habría que
llevarla al momento mismo en que se decide asegurar este sector de los
Pirineos, seguramente entorno al reinado de Sancho III el Mayor.
Pero el enclave parece contar con un valor intrínseco, que
hace que no nos podamos contentar únicamente con la explicación de la
reconquista y sus avatares. Hemos de contar que el lugar donde aparece la
ermita de la Virgen de la Liena con un valor telúrico inapelable, de hecho todo
el conjunto lo es; su mismo valor estratégico reside en esto mismo que estamos
citando.
El afloramiento de arenisca se muestra presidido y
antecedido por la sierra prepirenaica, que termina apenas unos centenares de
metros frente a ella, como los enormes gigantes de los mallos de Riglos y
Agüero, que también marcan su especial carácter. Sumándose el paso del río Gállego lo que ofrece un
conjunto muy poderoso que no pudo pasar desapercibido en épocas posteriores.
Un probable lugar de culto de épocas muy pretéritas, donde
poder desarrollar ofrendas, pues aquí se conjugaban de manera especial la roca,
el agua y la luz.
Existen unos curiosos canalillos entre las tumbas
antropomorfas que bien podrían pertenecer a periodos precristianos, pues no es
común esta estructura para una necrópolis de este tipo; y sí muy probable que
el asentamiento en donde se diera lugar al cementerio fueses reaprovechado ,
allí donde ya tuviera lugar algún tipo de práctica religiosa anterior.