Dentro
del término municipal de Biescas,al norte de esta localidad, siguiendo la
carretera que lleva a Francia, encontramos pronto un desvío hacia la ermita de
santa Elena. Sin desviarnos, a mano derecha siguiendo una pista, continuamos
hacia un majestuoso prado donde antaño se levantaban dos ejemplos de dolmen. El
que vemos hoy es una reconstrucción (Santa Elena I) de uno de los que fueron
derruidos durante la Guerra Civil. Parecida suerte han sufrido otros dólmenes
altoaragoneses como el de Estós (valle del Ésera).
Se trata de construcciones funerarias destinadas a la
inhumación colectiva, actuando como depósito de cadáveres durante un espacio de
tiempo más o menos prolongado. Ello explica
por qué en algunos ejemplos, como el de Artajona en Navarra; dispongan de ventanas
para su reutilización.
Además de los dólmenes existe una tipología megalítica más variada, desde la más simple del menhir – en galés “maen”, piedra, y “hin”, larga- un simple bloque de piedra hincado en el suelo, que puede aparecer bien aislado, bien formando círculos de piedras crómlech o henge (Stonehenge). O los más complejos sepulcros de comedor y de galería.
No existe una a la
hora de explicar la génesis del fenómeno megalítico. Cohabitan hasta cuatro
teorías, y hasta cierto punto complementarias entre sí, de una parte estarían
los difusionistas, partidarios de un
único foco originario, los poligenistas,
aquellos que admitan varios epicentros. A
estos se sumarían los orientalistas –que
consideran un fenómeno surgido de Oriente- y los occidentalistas –sitúan el origen en Occidente extendiéndose luego
al resto de Europa-; las tesis orientalistas son a un tiempo difusionistas y degeneracionistas, estos es, que el fenómeno surgido en Egipto se extenderá por el
Mediterráneo a la par que iría perdiendo su monumentalidad; mientras las tesis occidentalistas son también difusionistas, pero a su vez, evolucionistas, por lo que desde su
epicentro en el Atlántico los megalitos evolucionarán desde sencillos
monumentos a construcciones cada vez más complejas.
En todo caso, con independencia de la ubicación de su origen, el fenómeno megalítico sólo es explicable sobre la base de profundos cambios de carácter económico y social, en el paso de una economía cazadora-recolectora a una agraria y ganadera (Neolítico). Ello da origen a unas sociedades más complejas que aquellas bandas de paleolíticos, todavía con cierto igualitarismo, pues se trata de enterramientos colectivos sin claras diferencias, pero donde el ajuar nos está indicando una tendencia hacia la jerarquización.
Esto puede incluirse en la complejidad que entraña el proceso constructivo, desde el transporte de los grandes ortostatos a la elevación de terraplenes para colocar el bloque horizontal, como para cubrir todo el conjunto con tierra (túmulo) evidentemente necesitaba de una complejidad social creciente, donde una mayor especialización y jerarquización iría arrastrando el igualitarismo originario.
Se puede indagar en otras claves de la arquitectura megalítica, como por ejemplo su ubicación. Es un hecho que buena parte de los monumentos megalíticos se encuentran en lugares sumamente visibles, coincidiendo con divisorias del territorio, cercanos a fenómenos naturales significativos (neveros, glaciares), vías naturales –utilizadas para la trashumancia- o en llanos de gran de visibilidad astronómica. Entender los motivos de este emplazamiento se escapa por completo a nuestra posibilidad de entendimiento, pero podemos especular con algunas hipótesis que podrían resultar satisfactorias. El hecho de que se trate de grupos neolíticos cada vez más vinculados a un territorio, estaría por confirmar estos megalitos como indicadores de la posesión del territorio y/o representación de la fuerza del grupo. Sin menoscabar esto último, sino pudiéndose combinar ambas, serían los monumentos megalíticos una forma de exaltar el espacio cultual, ritual y astronómico (Stonehenge).
Volviendo al caso que nos ocupa, dentro del fenómeno
megalítico dentro de la Península Ibérica la cadena pirenaica posee carta de
naturaleza propia; si bien el foco de nuestra provincia no es tan destacable en
términos cuantitativos ni cualitativos como los núcleos de dólmenes
vasco-navarro y catalán. El conjunto altoaragonés ha de enfrentarse a
importantes problemas de interpretación, apenas sabemos nada sobre la
incidencia que tuvieron en los grupos autóctonos o su cronología concreta, en
tanto no ofrecen posibilidades de datación al a ver sido saqueados tiempo
atrás, como también resulta muy difícil relacionarlos con los lugares de
habitación de los grupos que los levantaron.
La tipificación en la investigación moderna habla de dos
conjuntos bien diferenciados dentro del Altoaragón, uno, que sería el más
nutrido, en los valles axiales del Pirineo, y el otro, perteneciente a las
Sierras Exteriores del Prepirineo (Caste de la Bruja o el dolmen del Palomar). Lógicamente
el dolmen de Santa Elena pertenece al primero de los grupos, en donde la
totalidad de las cuencas o valles registran la presencia de estructuras
funerarias. A pesar de lo cual no parece probable que existiera una vinculación
entre los distintos valles. De hecho, la tónica más evidente en el Pirineo aragonés
es la de sepulcros aislados, no llegando a configurar asociaciones (crómlech o
henge).
Constituyen ejemplos –siguiendo la tónica observada con
Cataluña- de reducidas proporciones, propias de regiones montañosas, como
parece confirmarse cuando los dólmenes de grandes dimensiones aparecen a partir
de alturas superiores a los 700 metros, siendo el dolmen oscense en menor cota
880 metros de altitud.
Lógicamente los materiales empleados son aprovechamientos de
lugares próximos (caliza, conglomerados y rara vez arenisca). El aprovechamiento
de las lajas/ortostatos de piedra es natural sin devastar.
No seremos los únicos interesados por este tipo de enterramiento.
De todas estas características reseñadas más arriba
participa el dolmen de Santa Elena, que lo encontraremos en relación a la
ermita de esta santa –patrona de la Tierra de Biescas y de todo el valle de
Tena-, cuando allá por el siglo IV la emperatriz de Constantinopla Elene,
siendo perseguida por unos infieles encontró refugio en una de las cuevas de
esta montaña, que dando el lugar inmediatamente velado por una tela de araña.
Esta leyenda, origen de la ermita, no deja de hacer evidente
que el lugar ( entre las sierras de Telera y Tendeñera) cuenta con una larga
tradición cultual, donde encontró expresión el sentimiento religioso humano
desde aquella época prehistórica.