lunes, 12 de agosto de 2013

ERMITA DE LOS DOLORES



Conviene saber que podemos disfrutar de una singular construcción románica en las inmediaciones de la ciudad de Huesca, a tan solo 12 kilómetros,  tomando la carretera de Sariñena y justo antes de la entrada a Monflorite, accederemos a través de una pista practicable, situada a mano derecha, desde donde podremos reconocer este singular monumento por su muy especial fisonomía.










 Data su factura de los siglos pleno medievales, finales del siglo XII y principios del siglo XIII, pero pronto comenzará una evolución que le llevará a convertirse en un convento dependiente de la Iglesia de Santa María de Huesca propiedad de la Orden de la Merced desde mediados del siglo XIII; llegado el siglo XIV, se somete el conjunto a una serie de reformas que le dotan de un claustro y unas dependencias para los monjes.




 De aquel conjunto hoy conservamos, quizás, la parte más representativa y sugerente: una cabecera trebolada, esto es, –en una armonía que sobrecoge- tres ábsides semicirculares, que son fácilmente identificables con un trébol, planta que por su forma y número de hojas sabemos que poseía supuestas propiedades mágicas. Todo ello muy apropiado en un contexto espiritual y religioso. Recordemos que esta curiosa distribución trilobulada en la cabecera respondería a una triple advocación del templo original, pues si ahora recibe el nombre único de Nuestra Señora de Los Dolores, en origen eran tres las santas a las que se dirigía el culto del templo: Virgen de los Dolores, Santa Bárbara y Santa Ana*.









 El espacio central, que media entre los tres ábsides –cubiertas a su vez por pequeñas bóvedas de cuarto de esfera-, lo ocuparía una cúpula que, una vez más, sorprende por su sobriedad y unas proporciones que embargan el espíritu. Otros dos ejemplos podemos encontrarlos, al menos en Aragón, que conserven esta curiosa cabecera en forma de trébol, San Juan de La Nata, en las cercanías de Aínsa, y Santa Lucía, en Ayerbe, ambas también dentro del estilo románico.
 Todavía se conserva el arranque de lo que sería la nave central, caracterizada por una bóveda de cañón semicircular que recorrería el resto del conjunto, dotándolo de una magnificencia extrema.




PINTURAS MURALES

 No podemos pasar por encima sin reparar en sus todavía visibles representaciones pictóricas. En su origen, se extenderían por todo el interior del templo, ocupando los tres ábsides, la cúpula, los pilares y los capiteles, así como la nave central. No obstante, los ejemplares mejor conservados se encuentran en la actualidad en el ábside central, presidido por el Cristo Pantocrátor, donde también se pueden adivinar escenas de la Última Cena.

 Estas imágenes corresponderían a la llamada “Escuela de Huesca”, un estilo que se puede entender en la transición del románico al gótico, allá entre finales del siglo XIII y principios del siglo XIV.






TUMBAS ANTROPOMORFAS

 Sabemos que fueron utilizadas para dar sepultura desde los siglos altomedievales, y que su uso se extendería hasta tiempo después de la E. Media. Como era común en aquella época las tumbas antropomorfas las tenemos situadas en las inmediaciones a las propias iglesias, esperando así  la protección del mundo ultraterreno.

 La conservación de los escasos ejemplos que nos proporciona esta ermita de Los Dolores se encuentran en unas pésimas condiciones, en la mayoría de los casos son difíciles de reconocer cuando están invadidas directamente por la maleza. La más reconocible, es la de un niño, ahí donde debió de prolongarse la nave central.



MARCAS DE CANTERO

 Si prestamos la suficiente atención, podremos ir advirtiendo en diversos sillares de piedra diferentes marcas de cantería. Los maestros canteros, en su necesidad por hacer reconocer aquellos bloques que habían salido de sus talleres, hacían marcar la propiedad de aquellas piedras por las que debían de cobrar.








*La multiplicación de una divinidad por tres está ampliamente representada desde la Antigüedad, su significado parece bastante claro, bien es una forma de aumentar la potencia divina, así como su capacidad para manifestarse y controlar diferentes lugares o de aunar poderes pertenecientes a otras divinidades en una única advocación.

 Dentro de la religión celta y galo-romana serán muy comunes los ejemplos iconográficos donde  Mercurio-Lugus presenta una forma tricéfala o bicéfala, como muestra de que se trata de una de las principales divinidades del panteón.