lunes, 22 de abril de 2013

TUMBAS ANTROPOMORFAS DE GÉSERA


Las tumbas antropomorfas suponen uno de los vestigios funerarios más singulares que podemos encontrar en la Península Ibérica durante los siglos medievales, su presencia se constata en numerosas regiones de nuestra geografía, desde la comarca del Serrablo hasta en los pinares sorianos, Tarifa o el noreste de Portugal, etc.





 Se sabe que su forma evoluciona con el paso del tiempo, durante los siglos VIII y IX predomina la forma de bañera, para ya en los siglos IX y X aparecer el redondea miento superior para la ubicación de la cabeza, con forma trapezoidal o cuadrangular para el resto.
 La información que se extrae de las tumbas nos conduce a saber que la altura media de estas gentes estaba en torno al 1´60 metros –para los hombres adultos-; pero también podemos adivinar sus usos alimenticios, enfermedades que padecían o sus costumbres y formas de vida.



En el caso que nos concreta, las tumbas antropomorfas de Gésera, en la comarca del Serrablo, el conjunto fue excavado por la profesora María Asunción Bielsa, allá por el año 1983, con la ayuda inestimable de “Amigos del Serrablo”.







 El conjunto de Gésera consta de decenas de tumbas aparecidas en frente de su iglesia y, tanto en el exterior como en el interior, de la “Casa Tejedor”.
 Otros conjuntos funerarios de este tipo aparecidos en el Serrablo: la necrópolis situada en San Urbez de Nocito, en el “Corral del Santero”; también en Peña de los muertos en Ibirque y en las proximidades de Alavés; siendo uno de los más reseñables el conjunto de tumbas de Lasieso, estudiado por Alberto Castillo y María Asunción Bielsa. Y al que apuntaremos en una próxima entrada junto al interesante trabajo de Buesa Conde, “Lasieso, rutas de colonización en el siglo X”, Serrablo Nº25.





 Durante la Edad Media este tipo de enterramientos se multiplican en la región del Serrablo, apoyado en una estructura geológica que propiciaba este desarrollo, una laja alargada de una sola pieza para su cubrición y el muerto yaciendo directamente en contacto con el suelo rocoso. Debido a sus particularidades, su pervivencia se dilata hasta bien entrado el siglo XVIII, momento en que la mejora alimenticia y económica –por la introducción de nuevos cultivos- y unos usos higiénicos más aceptables, que supusieron una esperanza de vida para la población montañesa mayor, propicio una introducción generalizada del uso del ataúd de madera.





             FOTOS:   JOSERA Y J.GABI
             TEXTO:   J.GABI Y JOSERA