Después de haber
tratado el ejemplo de Ordovés, el caso más meridional de este conjunto de
pequeñas iglesias situadas en la margen izquierda del río Gállego, pasamos a
analizar el templo más septentrional, la ermita de San Bartolomé de Gavín.
Ubicada en un pequeño
valle al noroeste de Gavín, prácticamente visible desde la carretera pasado el
túnel de Cotefablo; se trata de uno de los más bellos ejemplos de este
particular románico, belleza reforzada por la magnitud del marco natural en el
que se levanta, lo que le añade una solemnidad difícilmente imaginable, de no
visitar el lugar.
Recoge las características principales que hacen de este
conjunto serrablés un caso endémico dentro del románico peninsular; reciben su
forma esencial del arte lombardo, del que hereda en buena medida sus
principales características y que se pueden observan con mayor pureza en los
vecinos condados catalanes, viejas herencias visigóticas y, por último, se ha
venido hablando -excesivamente- de mozarabismo
o de las influencias islámicas vertidas en estos templos, donde en ocasiones se
asumen planteamientos muy arriesgados.
Construido
aproximadamente entre 1050 y 1060, se conserva original una pequeña parte del
lienzo sur y, fundamental, la esbelta torre-campanario que preside el conjunto
dándole su mayor impronta.
Dispone de una planta clásica rectangular con testero plano,
cuyo material de construcción es el sillarejo apenas devastado, trabajado con
unos escasos golpes de maza, aprovechando los cuantiosos yacimientos
disponibles del “flisch” eocénico de esta rivera del Gállego. Sillarejos que suelen disponerse en
hiladas regulares, a soga y tizón.
Pero sin duda ,
centra la mayor armonía de todo el conjunto su torre-campanario;
comparable por su elegancia y esbeltez a
la de Lárrede, ambas pueden ser consideradas como las formas más paradigmáticas
del estilo serrablés, si bien se tratan de ejemplos diferentes entre sí.
En la de Gavín pueden
adivinarse diferentes “estratos” que se superponen, uno inferior que asume una
tendencia visigótica por su austeridad, y otro superior destacado por una
diversa decoración, ciertamente inusual en un arte tan austero. En primer
lugar, en cada lienzo del campanario se abre un ventanal de tres vanos
(tríforas), con dos parteluces y tres arquillos de herradura cada uno; bajo
estas triforas aparecen unos curiosos rosetones –muy primitivos- a base de dovelas
enmarcados por unas molduras cuadrangulares que ayudan al realce visual, y
coronando el cuerpo superior, un imprescindible
friso de baquetones, entre dos molduras tóricas, tan celebrado dentro del arte
serrablés.
En el flanco
meridional de la torre aparece otro elemento que merece nuestra atención, un
pequeño vano aspillerado y coronado con un arco de herradura, sigue
recordándonos aquellas influencias mozárabes que remontaron estos valles.
Recordemos que estos templos estuvieron destinados a
albergar la vieja liturgia hispana, culto visigótico, y que por tanto fueron un
ente refractario en el mismo momento en que Sancho Ramírez introduce el nuevo
culto romano, al enfeudar el reino a la Santa Sede.
San Bartolomé debe de
ser el único testimonio “vivo” que ha llegado de un poblamiento medieval, hoy
desaparecido sin rastro; su recuperación arquitectónica fue iniciada por los
propios vecinos de Gavín, encabezados por su párroco, labor a la que se sumaría
“Amigos de Serrablo” en la década de los
setenta en su impagable labor por reconstruir y estudiar el patrimonio del Alto
Gállego.