domingo, 3 de agosto de 2014

DOLMEN DE IBIRQUE ( o de Lasaosa)


 Tocar dirigir la mirada hacia las huellas de los más remotos ancestros que habitaron las sierras exteriores pirenaicas. Cuando uno se enfrenta a un paisaje como el de la Sierra de Belarra resulta más fácil entrar en “comunicación” con la enorme energía vital que debieron desplegar  aquellos hombres del Neolítico.





 Este dolmen de Ibirque o de Lasaosa aparece coronando el puerto de Bail, divisoria natural entre la Sierra de Guara y la Guarguera, teniendo como marco espectacular la cara norte del tozal de Guara.





 No es difícil de imaginar el por qué eligieron aquel lugar cargado de fuerza telúrica, donde levantar un monumento megalítico a la memoria de sus antepasados, como una parte mas integrada en el Cosmos.












 Por cuanto a su tipología , el dolmen se compone de tres losas que harán de “trípode” para el ortostato que sirve como cubierta; su altura, que aún siendo respetable, se eleva hasta los 1,57 m  por 1,75 m de ancho. Adjudicarle una cronología resulta algo arriesgado, pero se tiende a pensar en el II milenio a. C., coincidiendo con las fechas que señala el prof. Almagro para los dólmenes de Santa Elena en Biescas.








 Se trata de construcciones funerarias destinadas a la inhumación colectiva, actuando como depósito de cadáveres durante un espacio de tiempo más o menos prolongado. Ello explica por qué en algunos ejemplos, como el de Artajona en Navarra; dispongan de ventanas para su reutilización.



 En todo caso, con independencia de la ubicación de su origen, el fenómeno megalítico sólo es explicable sobre la base de profundos cambios de carácter económico y social, en el paso de una economía cazadora-recolectora a una agraria y ganadera (Neolítico). Ello da origen a unas sociedades más complejas que aquellas bandas de paleolíticos, todavía con cierto igualitarismo, pues se trata de enterramientos colectivos sin claras diferencias, pero donde el ajuar nos está indicando una tendencia hacia la jerarquización.




Esto puede incluirse en la complejidad que entraña el proceso constructivo, desde el transporte de los grandes ortostatos a la elevación de terraplenes para colocar el bloque horizontal, como para cubrir todo el conjunto con tierra (túmulo) evidentemente necesitaba de una complejidad social creciente, donde una mayor especialización y jerarquización iría arrastrando el igualitarismo originario.





 Se puede indagar en otras claves de la arquitectura megalítica, como por ejemplo su ubicación. Es un hecho que buena parte de los monumentos megalíticos se encuentran en lugares sumamente visibles, coincidiendo con divisorias del territorio, cercanos a fenómenos naturales significativos (neveros, glaciares), vías naturales –utilizadas para la trashumancia- o en llanos de gran de visibilidad astronómica. Entender los motivos de este emplazamiento se escapa por completo a nuestra posibilidad de entendimiento, pero podemos especular con algunas hipótesis que podrían resultar satisfactorias. El hecho de que se trate de grupos neolíticos cada vez más vinculados a un territorio, estaría por confirmar estos megalitos como indicadores de la posesión del territorio y/o representación de la fuerza del grupo.  Sin menoscabar esto último, sino pudiéndose combinar ambas, serían los monumentos megalíticos una forma de exaltar el espacio cultual, ritual y astronómico (Stonehenge).






La tipificación en la investigación moderna habla de dos conjuntos bien diferenciados dentro del Altoaragón, uno, que sería el más nutrido, en los valles axiales del Pirineo, y el otro, perteneciente a las Sierras Exteriores del Prepirineo (Caste de la Bruja o el dolmen del Palomar). Lógicamente el dolmen de Santa Elena pertenece al primero de los grupos, en donde la totalidad de las cuencas o valles registran la presencia de estructuras funerarias. A pesar de lo cual no parece probable que existiera una vinculación entre los distintos valles. De hecho, la tónica más evidente en el Pirineo aragonés es la de sepulcros aislados, no llegando a configurar asociaciones (crómlech o henge).







Lógicamente los materiales empleados son aprovechamientos de lugares próximos (caliza, conglomerados y rara vez arenisca). El aprovechamiento de las lajas/ortostatos de piedra es natural sin devastar.








 En cuanto a la construcción del dolmen de Lasaosa  tuvieron buen cuidado en su orientación hacia el este, lugar del orto, lo que le conectaba irremisiblemente con ese sentimiento de renacimiento en la otra vida; este carácter mágico –religioso- todavía hoy no habría desaparecido, pues por todos es sabido que el dolmen recibe también el nombre de “Caseta de las brujas”. La creencia popular hacia recaer en ese lugar la celebración, por estos seres mágicos, de aquelarres, fiestas funestas de adoración al Diablo, en las que llegaban a renegar de los santos y recorrer largas distancias en sus vuelos provocados por la utilización de ungüentos. La tradición oral también nos ha hecho llegar noticias de que serían los pastores quienes en ocasiones llegaban a romper las lajas de piedras, puesto que pensaban que las brujas desde estos lugares sagrados convocaban a las tormentas  o partían en sus viajes “astrales” provocando que yeguas o vacas abortaran.





 Que el dolmen de Ibirque aparece en el paisaje como un marcador territorial parece fuera de toda duda, no hay mejor modo de reivindicar una tierra que a través de los muertos propios (ancestros), pero la incógnita queda en si pudo tratarse también de algún tipo de “mojón” para una ruta de trashumancia practicada desde hace miles de años. Quizá puede rastrearse esa continuidad en San Úrbez de Nocito , muy vinculado a la actividad ganadera y hacia los movimientos de los ganados que iban hacia el llano (San Caprasio). Existiendo una relación, por necesidad, entre actividades económicas y las espirituales.